El Circo en nuestro país

A fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, llegan a Buenos Aires los primeros volatineros provenientes de España. Entre otros comienzan el circo en nuestro país el acróbata Arganda, el boletín Antonio Verdún y el juglar, acróbata y prestímano Joaquín Duarte[1].
Los volatineros se destacan por sus habilidades equilibristas, así como también,  la actuación del “gracioso” o “arlequín”. La actuación va acompañada por una banda musical, bailes, cantos y pantomimas[2].  Al arte del volatín se le suman espectáculos de habilidades con manos y física, y sombras chinescas.
Los circos en los cuales estos artistas representaron sus espectáculos eran de maderas, lonas, pajas y ramadas.
Formaban parte del elenco algunos esclavos y esclavas, que por su actuación recibían comida y vestimenta.[3]
Los espectáculos se dividían en dos actos: “En el primer acto se presentaban acrobacias y, tras el intermedio, se representaban comedias gauchas, donde reinaba el Matamor, un personaje desagradable”[4].
A partir de la tercera década del siglo XIX comienzan a arribar a nuestro país las grandes compañías circenses del exterior, que en sus giras nos traen sus espectáculos. Entre estas compañías las que tienen mayor repercusión son la de la Familia Chiarini (1830) y del Circo Laforest (1834). Estas compañías son las que nos permiten conocer el marco del espectáculo circense: “la ménagerie, la banda de música, el parque de diversiones, las variedades, que hasta incluyen exhibición de vistas: un ambiente festivo más allá de lo cotidiano.”[5] Tal es la atracción que siente el público que hacia fines de los 50 preferían el circo antes que el teatro.
Para esa época las representaciones se realizaban en teatros, carpas o politeamas de chapa o madera que se armaban y desarmaban para los traslados.
En 1874 se instala en el país el Circo Francés, el cual un año más tarde, durante su gira por Uruguay, va a contratar a un joven que se inicia como trapecista: José Podestá.
A comienzos de los 70 comienza a publicarse un folletín titulado Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, e inspirado en un hecho real. Al obtener gran suceso popular, en 1874 se lo edita como libro y tan solo cuatro años después inspira una pantomima circense.
 A partir de 1890, el circo criollo se expande en todo sentido, amplia su repertorio incorporando obras de todos los autores y géneros rioplatenses, contando entre sus artistas a los más populares y con más éxito. A su vez llegaron con sus representaciones a los lugares más apartados del país, introduciendo a millares de personas en el espectáculo teatral. Uno de los motivos de el gran desarrollo del circo en esta época, fue que tan solo dos años después de la primer representación del Moreira, la mayoría de los teatros ya habían incorporado en la segunda parte de la función obras del teatro nacional, modalidad que exige continuos estrenos, haciendo que autores crezcan, por el desarrollo de una producción incesante.[6]
En los espectáculos circenses participaban payadores aunque de una forma muy variada según el espectáculo: en el intervalo, dentro de la segunda parte en escenas de pulpería o de fiesta, o como en la mayoría de los casos, en el fin de fiesta. Otras veces podían aparecer en más de una ocasión. La “época de oro” del circo payadoresco es entre 1890 y 1915, coincidiendo casi con la “época de oro” del circo criollo. En esa época se populariza la figura del “payador urbano”, artista profesional que se presenta en circos, teatros, salones y cafés.
Para el circo criollo esta época comienza en 1890 con la gran repercusión del Moreira en Buenos Aires y finaliza en 1916 cuando José Podestá comienza el gran auge de las compañías nacionales, luego de haber trabajado con gran éxito en el teatro, volviendo así al circo criollo.
Seibel dice en su libro: “Si recordamos que en 1890 los autores locales podían estrenar sólo en las compañías españolas o italianas y que en la prensa se hacían llamados para que “resucitara” el teatro nacional, el aporte del circo criollo es una clave para el florecimiento de la escena: proporciona compañías de actores locales con técnicas propias y suma la convocatoria de autores para responder a las expectativas de un público creciente.”



[1] Seibel, Beatriz, Historia del Circo, Buenos Aires: Del Sol, 2005.
[2] De Rosa Barlano, Pablo, “Había una vez un circo: imágenes para el recuerdo”. En http://blogs.lanacion.com.ar/archivoscopio/zapping-del-ayer/habia-una-vez-un-circo-imagenes-para-el-recuerdo/, Domingo 8 de mayo de 2011.
[3] Seibel, Beatriz, op cit.
[4] Mauclair, Dominique, Historia del Circo viaje extraordinario alrededor del mundo, Sant Salvador: Milenio, 2003.
[5] Seibel, Beatriz, op cit.
[6] Ídem.

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